Quería jugar y jugaba desde hacía un tiempo pero, lo cierto es que, lo hacía a escondidas. Un día se sintió fuerte y se lo propuso a su pareja. Aceptó, en definitiva, se comprometió.
-¿Juegas?
-Acepto.
-¿Conoces las normas, verdad?
-Absolutamente todas.
-Para poder empezar debes conocer la realidad. ¿Cierto?
- Sé lo que hay a mi alrededor. Te tengo a ti y eso me basta.
- Debes completar esta frase con lo primero que se te pase por la cabeza: si nos separamos…
-Eso es algo que jamás conseguirán.
- Buena respuesta.
-Realmente nunca había barajado esa opción. Eres indispensable.
-Gracias cielo, pero...y si efectivamente pasase, ¿recordarás sólo y exclusivamente lo bueno?
-Que si me acuerdo solo puedo sonreír…
- Espero que no cambies de opinión.
-Bueno…cariño, ahora dime, ¿por qué este juego, es por algo?
-Perdona pero las adivinanzas no son lo mío.
-Te digo que si te ha ayudado en algo. ¿Alguna decisión que tomar?
-Limítate a responderme, ¿capaz o incapaz?
-Capaz.
- Saca una sonrisa aunque vengan miles de días grises.
- Sí, lo haré.
- Y prométeme que si caes no me señalarás como culpable, que te levantarás y que serás feliz ante todo y por todo.
- Te lo prometo.
- Una última cosa.
- Dime.
- Ten, coge este lápiz y traza una línea, ¿ves? no estamos tan lejos.
Posdata: jugaste aún sabiendo las reglas, te atreviste, no puedes fallar. Sin duda, la más amarga de las despedidas.