El tiempo es relativo

El tiempo es relativo
Aunque tengas que confesar, hazlo siempre con la mejor de tus sonrisas.

domingo, 15 de abril de 2012

Rétate a ti mismo sin contar con nadie.

Hay días que te despiertas de un sobresalto por una pesadilla o que te despiertas feliz por haber soñado algo bonito, o simplemente, que te despiertas con ganas de comerte el mundo y te propones cualquier cosa, por grande que te parezca, porque sabes que, con las ganas con las que te has levantado, lo vas a conseguir. Pero después están ese tipo de retos que te marcas por casualidad, casi por obligación, sin esperártelo, porque alguien a lo largo de tu día lo propone en voz alta y corres a tu bloc de notas para apuntarlo en tu lista de quehaceres. A veces, esos días en los que te despiertas y ves los retos incluso fáciles de llevar a cabo y crees que puedes lograrlos en un corto período de tiempo, solo por el hecho de tu carácter más arrogante y la parte de tu ser más pura, van intrínsecamente relacionados con las personas que creen en la típica frase de: “yo siempre consigo lo que me propongo”. Pues bien, esos días están perdidos y no sirven para guardarlos en tu memoria, porque más vale un recuerdo malo que días enteros recordando. Pero cuando pensar en un reto o simplemente, en el título de ese reto, no depende de ti sino que es un complemento exterior o un extra de tu vida y cuando, sobretodo, el espacio y el tiempo juegan un papel esencial en vuestras vidas, ya ni siquiera recordareis los retos apuntados, ni mucho menos los logros conseguidos porque “el que no arriesga, no gana” y tus retos se te olvidarán escritos en un folio en blanco cuyo título proporcionaba palabras tan sencillas como: “Quiéreme si te atreves”. Por tanto, si decides cumplir uno de tus retos, por pequeño e insignificante que te parezca, adelante. Si no lo crees, mantén tus manos atadas.

domingo, 8 de abril de 2012

Vivo siempre a tu lado sin estar contigo.

El curioso caso de una joven comienza en un café acogedor de la ciudad de Nueva York, cuando la protagonista de setenta años de edad se decidió a contarle a su hija un pasaje de su juventud más distorsionada. Años atrás, siendo una adolescente aún por descubrir mundo, afrontó una verdadera historia que marcaría la línea de su vida para el resto de sus días. Cuando menos lo esperó, ella ya estaba escribiendo una historia, su historia, que años más tarde decidió publicar su hija a modo de una novela autobiográfica bajo el nombre de “El viaje de tu vida”. Cuenta cuando se embarcó rumbo a través visitando ciudades a las que adoraba con un objetivo claro: descubrirse y tomar confianza en sí misma. Su viaje transcurre en un lugar recóndito del planeta, con unos seres inimaginables. Las personas que le rodean vivían allí desde hacía mucho tiempo y eran de nacionalidades totalmente disparatadas. Eran días de verano, de ensueño, inolvidables, unas vacaciones marcadas por el que sería su compañero de vida más difícil de sostener. Siempre recordadas en su memoria, aquellas de las que siempre que se reencontraba con familiares, se atrevía a recordar porque, sin duda, no han quedado y nunca quedarán en el olvido. Aunque hasta la fecha de la publicación, mi madre nunca reveló su gran secreto, su gran amor. Ella me contó que recordaba la experiencia como un suceso incapaz, una línea discontinua que sobrepasa el límite, alejada de su ciudad natal. Porque ella era de estas personas aventureras que piensa que todo se veía mucho mejor desde la distancia. Pero la vida pasa y siempre nos queda algo más que decir detrás de cada despedida. Y por eso mi madre, al finalizar, preguntó: ¿Sabes lo que necesito? Y acto seguido los dos amantes se envolvieron en un abrazo tan deseado por ambas partes que lo único que querían era eso: un abrazo. Eso es todo. Ella le repetía sin cesar: “No quiero ni que estés cerca, sólo te pido un abrazo”. Mientras que por su lado, él le susurraba: “Disfruta del abrazo más largo del mundo porque no nos volveremos a ver jamás”. Y lo que parecía haberse quedado en ese lugar, con esa gente y en ese tiempo, se alargó. Se alargó tanto que fruto de llamadas y mensajes, sus sentimientos invadieron sus cuerpos. Ya no había marcha atrás. Como consejo, mi madre me dijo aquel día en el café de Nueva York: “Los sucesos inesperados tómalos en cuenta” porque eso fue lo que pensó para sí misma aquel día. Y para finalizar, una última reflexión: “Hay viajes que cambian para siempre tu vida...y la de otros. No temas cerrar una puerta o etapa, pues ya vendrán más”.